miércoles, 10 de enero de 2007

Tal vez mañana.

Has salido a la calle completamente solo. Como siempre. Como todos los días desde hace más de un año, has bajado a pasear solo. Un año es mucho tiempo para algunas cosas y muy poco para otras. Para ti, un año es el tiempo que llevas flotando. El tiempo que necesitabas para saber que ya es suficiente, que ya está bien. Desde que B. se fue, desde que el endeble suelo sobre el que pisabas se vino abajo, todos los días han sido densos. Caen como gotas de aceite sobre el acero. Sobre tu piel como acero frío.

La muerte de tus padres, aplastados bajo los oxidados hierros de aquel camión. Un accidente como otro cualquiera. Miles de muertes así al año. No te creas tan importante. La acera, mojada por la manguera de un barrendero, refleja en algunos tramos las luces de los coches. Sigues andando, ¿qué otra cosa puedes hacer? Todo ha cambiado tan rápido que ni siquiera eres consciente de ello.

Apenas son las seis de la mañana pero hace mucho tiempo que no duermes más de cuatro horas seguidas. Las paredes de tu casa se caen en torno a ti y siempre hace frío.
Te resulta extraño todo el mundo, lejano todo el mundo. Ni siquiera la familia que te queda, aunque nunca has creído mucho en esas cosas. Nadie. La palabra resuena en tu cabeza. “Nadie”. A veces la repites cuando estás solo, como ahora. “Nadie”.

¿Qué te diferencia de las ratas? ¿Qué tienes tú que no tenga uno de esos gatos que, solos como tú, gritan por la noche? Maúllan en peleas sin sentido. Gritan, por tanto, como gritas tú cuando nadie te oye. Cuando, como siempre, en medio de la noche y sin emitir un sonido, gritas solo peleando contra nada. Tú existencia se ha vuelto mezquina. Eres un saco de piel relleno de vísceras y huesos. Cuando viste el cadáver de tus padres y el de sus dos amigos después del accidente, su estado, su deformidad inhumana, te diste cuenta de que esa cualidad, la humanidad de nuestro cuerpo, es simplemente algo aprendido. Realmente no era muy distinto a uno de esos perros atropellados, aplastados, en cualquier autopista. ¿Por qué arrastras ese saco de un lado para otro? ¿Por qué si puedes terminar con todo?...

B., después de advertírmelo varias veces, se fue. No soportaba más. Eso dijo: “No soporto más”. B. era mi único amigo, mi única amiga. Era lo único que me unía a los demás. Como un puente entre el hielo y la tierra. Todavía no sé que es lo que no aguantaba. Desapareció como apareció. De noche, todo pasa de noche. Será por eso que, desde ese día todo es noche. Negro y frío.

Mientras caminas, mientras paso tras paso te diriges a ninguna parte, empieza a llover. El contacto de las frías gotas de agua en este frío día, sobre esa fría cara, de repente, hace que te pares. No puedes andar más. Tienes ganas de vomitar. Vuelves a casa, ahora deprisa. Subes las escaleras de tres en tres. Abres la puerta. Dejas caer tu cuerpo, pesado como una piedra muy fría, en la cama. Hoy tampoco has podido. También hoy te ha sido imposible llegar. Tal vez mañana.

1 comentario:

oveja-negra dijo...

Jo que duro lo que has escrito...

Me gusta mas cuando hablas del mercadona!!!