jueves, 18 de enero de 2007

Gatos

Ayer cuando salí del gimnasio hacía frío, mucho frío. En la plaza que está situada en frente de ése mi particular templo, los viandantes avanzábamos con la cabeza baja, ateridos de frío y con la mente ocupada en nuestros pensamientos. Parecía un cuento de Chéjov. De los buenos. De repente ante mí, ante nosotros, se cruzó un gato. Era atigrado, marrón claro y ligeramente gordito. Sus andares lentos y elegantes contrastaban con los nuestros, desordenados y rápidos, muy rápidos. La cabeza alta, bien alta. Era un gato callejero y podría haber pasado por el gato de la tan citada últimamente esposa de Luis XVI. Los gatos son los animales elegidos. Tigres de ciudad.

Como muchos de los que me conocen sabrán, no puedo tener gatos. Clara es alérgica a ellos y la sola presencia de uno relativamente cerca produce que se le colapsen los pulmones, tos, sensación de ahogo… y un largo etcétera de suplicios que, seamos claros, no compensan. El único caso de gato que, creo recordar, no le ha afectado demasiado es el de uno de nombre operístico italiano y compañero de piso de un bloguero relativamente habitual de estas páginas.

Me encantan los gatos. Siempre he pensado que eran animales superiores. Claro que yo siempre he pensado que yo era superior… así que puede que todo esté relacionado … En fin, no desvariemos. Desde hace unos cinco años mis padres tienen un gato. Se llama Sara y, desde que tenía unos días no ha dejado de engordar hasta convertirse en el buque de marina en que se ha convertido. Tiene una relación especial conmigo. Cuando abandoné el seno paterno-materno (metafóricamente hablando) parece que se dio por aludida y desde ese momento, cada vez que voy a casa me mira con esos ojos gigantes y con una indiferencia propia de Gilda. Creo que debería llamarse así: Gilda. Se hace la dura, no me va a buscar cuando llego y, si la toco, pone una cara del tipo este-pesado-me-está-molestando … Aun así creo que es el gato más chulo que he visto jamás.

Y todo esto, como la magdalena de Proust. Por una fría noche y un gato.

Pongan un gato en su vida.

4 comentarios:

Fernando J. López dijo...

siempre me he sentido muy gato... de muchos tejados y de ninguno a un tiempo

la libertad tiene algo de felino

además, son los animales más elegantes y coloridos, como tus jerséis ;-)

Fidelio dijo...

... yo también soy un poco gatuno ... por aquello de pedir cariño e independencia al mismo tiempo ... Sin duda la libertad tiene mucho de felino ... y mis jerséis son mi lenguaje de las abejas ... gatunas ...

Unknown dijo...

No son los jerseis, es al percha que esta bajo ellos...

Fidelio dijo...

... Gracias Oveja Negra ... se agradece el piropo y más viniendo de una ... Oveja Negra !!! ;-)